Notas de viaje | Día IV
ANA
Karenina, una de las más importantes novelas de la literatura universal,
empieza diciendo que todos los matrimonios felices se parecen, pero los
infelices lo son cada uno a su manera. Estos dos días que estuve en Bariloche
me acordaba de ese comienzo: tal vez Bariloche y Ushuaia se parezcan en las
cosas buenas pero se diferencien en las malas. Se me ocurren algunos ejemplos: entre lo más
obvio, Bariloche está construida a orillas del Lago Nahuel Huapi; Ushuaia a
orillas del Canal de Beagle. En muchas partes el Nahuel Huapi casi no tiene
diferencias con el Lago Roca, que queda hacia las afueras de Ushuaia. Son
ciudades que van en bajada y en en ambas nieva mucho, dos cosas que me gustan.
Pero una diferencia crucial es que, al menos por donde anduvimos nosotros, en
Bariloche casi toda la costa está privatizada. Los acaudalados tienen sus
cabañitas para alquilar o sus yates anclados en muelles privados que dan al
Nahuel Huapi. Por supuesto, hay partes públicas, pero la gran parte tiene dueño
y los alambrados son altos y dan miedo. En Ushuaia eso no pasa, pero a cambio
el clima es una mierda.
En
términos generales, me doy cuenta de que haber crecido en Ushuaia me convirtió
en una persona exigente con las ciudades; para que me guste tiene que ser
realmente muy linda. Bariloche lo es.
ANTES
estuvimos en El Bolsón. Apenas llegamos nos sentamos en una plaza y un pibe nos
ofreció empanadas de verdura. Tenía zapallito, papa, cebolla y puerro, entre los
ingredientes que me acuerdo. El chico tenía cara de vegano, no podría decir por
qué, quizá porque era muy paz y amor (así son los estereotipos, perdonen). El
caso es que la empanada estaba para chuparse los dedos. Inolvidable. Después
acá, en Bariloche, la cosa fue más explícita: estábamos tomando sol en una
playita y se acercó un chico a ofrecernos chipá vegano. Le pregunté qué
diferencia había entre un chipá vegano y uno que no lo es, y dijo varias cosas
entre las que solamente recuerdo que el vegano usa levadura de cerveza.
Compramos. Era un asco. Previsiblemente, tenía sabor a cerveza. Fuera de la cuestión
de gustos, sobre lo que no hay nada escrito y no pienso ser el primero en
hacerlo, tengo la sensación de que estos dos casos ilustran una posible
tendencia: los vegetarianos/veganos no venden comida para lucrar, sino para
evangelizar. En realidad quieren que la gente pruebe nuevos sabores y entienda
que se puede comer rico sin incurrir en la carne y sus derivados. Me parece
loable.
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