Notas de viaje | Día II
Mientras
manejaba por la ruta y escuchábamos Mercedes Sosa, con mamá nos pusimos a
recordar lo que nos pasó hace algunos años en Fitz Roy. Debe haber sido hace
doce años, más o menos, es decir que yo tenía unos nueve y mi hermano, siete.
Veníamos de San Julián con poca nafta. Llegamos a Tres Cerros, cuya composición
es de una estación de servicio y tres casas, y no tenían. El tanquecito del
tablero no solo estaba en rojo sino que además titilaba. Casi por arte de magia
llegamos a Fitz Roy, un pueblito del que nunca habíamos escuchado hablar, y
fuimos a la ypf. Nada. Parecía abandonada de años. Tocamos la puerta (digo
nosotros para darme más protagonismo) en una especie de pensión o algo así. La
dueña era una vieja pueblerina, no paraba de hablar. Nos dijo que la única
reserva de nafta la tenía la policía, y que tuvimos suerte porque su hijo era
uno de ellos así que le iba a poder robar un par de litros al día siguiente,
cuando amaneciera. Tuvimos que pasar la noche ahí. Mientras cenábamos papas
fritas me acuerdo de que en la televisión, que colgaba de una pared, estaban
pasando un programa de ovnis. Los conductores juraban que esta vez sí
encontraron verdaderas huellas de presencia extraterrestre en la Tierra. La
vieja miró el televisor unos segundos y después nos comentó que sí, que efectivamente,
los extraterrestres existen y en Fitz Roy todos lo saben porque hubo varias
apariciones. Estuvo una o dos horas más hablando de experiencias paranormales
vividas en carne propia. Al ratito nos fuimos a dormir a la única habitación
que tenía, muy chiquita y llena de cucarachas. Esa noche los cuatro estábamos
nerviosos y no pudimos pegar un ojo: mis viejos por la nafta y Gustavo y yo por
los ovnis. Al otro día nos levantamos y, con los cinco o diez litros que la vieja
le robó al hijo, teníamos que tirar hasta Caleta Olivia. La nafta era tan
insuficiente que la vieja recomendó poner punto muerto en todas la bajadas y
así ahorrar todo lo posible. Milagrosamente, y con incertidumbre hasta el
último minuto, llegamos justito a la estación de Caleta Olivia, que quedaba al
pie de una bajada en la entrada de la ciudad. Creo que esa vez fue cuando más
cerca estuvimos de lo sobrenatural.
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