Una página perfecta


Mañana lenta, suave. Me desperté con la intención de leer a Annie Ernaux, un libro titulado “Los años”, pero pasa algo que desde hace mucho me llama la atención: hay un procedimiento literario interesante, aunque lo interesante del procedimiento no significa que sea agradable de leer. Una vez, en un taller literario, el coordinador decía que las artes visuales están mucho más adelantadas que la literatura porque un artista visual experimenta mucho más. Yo decía que una instalación en un museo se puede ver en cinco minutos, en cambio una novela experimental puede requerir horas de lectura muy densa. Piglia anota en sus diarios que Puig tenía un ojo muy inteligente: agarraba un libro, por ejemplo el Ulises de Joyce, hojeaba unas páginas, observaba el procedimiento (lo que le servía para su propia literatura) y lo cerraba. Por un lado, asombro e indignación: ¿no le importaba a Puig lo que pudiera decirle un libro como el Ulises? Además, nunca pero nunca vi que Puig dijera en alguna entrevista qué le gustaba leer, es como si solo le interesara escribir. Por otro lado, admiro la capacidad de capturar de inmediato el jugo de un libro. 

Al final me levanté, pero antes de llegar a la puerta de mi habitación revisé la biblioteca de infancia y encontré Ficciones, de Borges, una edición de tapa colorada, hermosa y antigua (Emecé, ¡1956!) que me regalaron en la biblioteca Anahí Lazzaroni. Desayuné con Examen de la obra de Herbert Quain, un cuento que siempre me fascinó. 

Recuerdo una vez, hace años, en el barrio de Congreso, muy cerca del centro cultural San Martín. Tenía Ficciones bajo el brazo y pensé: “No puede ser que todavía no haya leído el cuento de Herbert Quain, hay que solucionarlo ya mismo”, y me metí en un café de mala muerte. Me había encantado el comienzo, cuando se dice que a Herbert Quain se le depara media columna de “piedad necrológica”, la inolvidable frase que le sigue: “no hay epíteto laudatorio que no esté corregido (o seriamente amonestado) por un adverbio”. La posibilidad de que un adverbio pueda “amonestar  un adjetivo es bellísima, magnífica. Pensé, en la soledad de esa cafetería, que era una página perfecta, tal vez mi preferida. Ahora, mientras miro por la ventana y me interrumpen los móviles del noticiero, llego a la misma conclusión, pero paso a la segunda página y la genialidad sigue intacta, también en la tercera… 

Es un cuento sin trama. Es, apenas, el repaso de la obra de un escritor fallecido. En el prólogo a Ficciones, Borges escribe que es demasiado “laborioso y empobrecedor” componer libros largos “cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”. “Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”. Eso es exactamente Análisis de la obra de Herbert Quain, cuento fascinante menos por el autor ficticio que por las ideas de Borges: que a diferencia de lo que creían Flaubert y Henry James, la literatura está en todas partes (“casi no hay diálogo callejero que no la logre”), el recurso del narrador al decir que olvidó los pormenores de los libros de Quain porque se los prestó a una mujer (“irreversiblemente”), que el olvido “empobrece” o “purifica” el plan de los libros de Quain. que en los primeros libros “la complejidad formal había entorpecido la imaginación del autor”, que Miss Ulrica Thrale “no suele visitar la literatura”, la frase de Quain de que “no hay europeo que no sea un escritor, en potencia o en acto”, para decir que ya nadie es lector, la idea de que la literatura debe deparar el asombro y que nadie se puede asombrar de memoria. Al final, Borges comete el posmoderno acto de decir que uno de sus propios cuentos, Las ruinas circulares, fue tomado de uno de los libros de Herbert Quain. 

Al rato, en uno de esos tiempos muertos que depara la realidad, me puse a ver Youtube en el celular y busqué “Annie Ernaux”. Un booktuber decía, en un short de menos de un minuto, que estaba leyendo Los años y que es un tono distinto a sus libros anteriores, que en este caso no hay una primera persona en singular sino una en plural, un yo colectivo que recuerda esos años de posguerra en Ivetot, un pueblo francés de la región de Normandía. Dicho por el booktuber sonaba tan sencillo, tan puro, tan interesante… Llegó el mediodía y guardé en el estante los dos libros, uno encima del otro. 

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