Demasiado clásico, mejor otro día



Estoy en Xpresso, en una mesa de la ventana, detrás de una columna. Hasta recién leía Los sorrentinos, de Virginia Higa. Muy buen libro. Todavía no logro enganchar la estructura, ¿qué agrupa a cada capítulo? Por lo que veo es todo resumen, y el protagonista es más el restaurante La trattoria que su dueño, el Chiche. Hay una influencia muy fuerte de Natalia Guinzburg y el concepto de léxico familiar, ese dialecto que una familia cultiva puertas adentro. 


En mi familia hay un léxico propio, creo yo que más abundante que el habitual. Sobre todo por mi papá, que tiene una predilección por los apodos y las bromas que se repiten hasta instalarse en la vida cotidiana. Cuando habla de un hotel de mala categoría, dice que es un hotel Lucho, por un chiste de Condorito. También habla del orgullo Sosa, la fuerza que mueve a mi vieja a hacer lo que alguien le dice que no puede hacer. Como la selección argentina con las palabras del entrenador holandés Van Gaal, la mayor motivación de mi mamá es que alguien le diga que no puede. Tiene el don de lo práctico, domina la poética de la resolución. Hoy, en el almuerzo, ella decía que había que descongelar algunas cosas para la cena de navidad y congelar otras. Papá dijo algo como: “Todo lo congelado debe descongelarse, y todo lo descongelado debe congelarse”. Alguien llevó las cosas hasta el fondo y dijo que toda materia debía cambiar de estado, lo líquido a gaseoso y lo gaseoso a líquido… Fue divertido. 


Ayer fui por primera vez al Bar Ideal. Es un lugar clásico de Ushuaia, quizás el más clásico de todos, y por eso el menos visitado. Todos sabemos que la película más clásica de todas es Ciudadano Kane, ¿y cuántos la vieron? Es demasiado clásica, decimos, mejor otro día. Lo mismo con Jurassic Park o Star Wars. Nunca vi Star Wars. Listo, lo dije. Es demasiado clásica, otro día. En fin, ayer fui con F al Bar Ideal, situado en San Martín y Roca. Yo decía que es un bar de escritores, ella dijo: “A ver, mencioname un escritor que venga acá”. Por supuesto, no pude mencionar ninguno. Lo cierto es que una vez vi una foto de los escritores de Ushuaia en el Bar Ideal, y habré pensado que nunca nadie lo visitaba porque era demasiado literario. Con F siempre está la broma de emular lo que hacen los escritores para ser uno. 


Después nos sacamos algunas fotos, ella decía que salgo con cara de escritor y que no entiende por qué los escritores salen con cara seria. “Podrían sonreír de vez en cuando”, dijo, y “en las fotos con tus alumnos sonreís, en cambio conmigo no”. “Es que con vos soy escritor”, dije, y puse mi mejor cara de Onetti. Hubo un intercambio sobre el rol de la sonrisa en las fotos. Las grandes fotos de la humanidad no son con gente sonriendo, dije, siempre son personas en situaciones, en todo caso si hay sonrisa es espontánea y la situación lo ameritaba. Hace un rato, en la Boutique del Libro, di con las entrevistas a un director de cine japonés. Abrí una página al azar y decía que es fácil retratar actores que pueden simular un sentimiento, digamos felicidad o tristeza. Lo difícil, lo extraordinario, es captar el carácter. La personalidad. 


Anoche volvía a casa en auto por la ruta de abajo y contemplé por milésima vez la Ushuaia que me gusta. Tanques de YPF, galpones de chapa, camiones a un costado de la ruta, las fábricas, el barro, la zona sucia que sostiene a la parte limpia, lo que no sale en ninguna foto, el olor a pescado, los contenedores que tapan el beagle. El tránsito pesado, lo que se amontona en el placard cuando vienen visitas. Ushuaia es una ciudad hermosa, pero de tan turística a veces tiene una imagen congelada, inmune a toda apreciación verdadera: la bahía, los catamaranes, los bosques, la foto del ave que justo se posó en la baranda y tiene de fondo al Monte Cervantes, el clásico barco encallado que todo turista debe conocer alguna vez. Por eso la ruta de abajo, antes de que empiece Maipú, es una experiencia más viva, una forma de descongelar la ciudad. 


***

Leo sobre una fábula italiana en la que un pájaro mágico le hace elegir a una mujer si prefiere tener una fortuna en la juventud o en la vejez. La chica elige la vejez, entonces tiene una vida horrible: se separa de su familia, la venden como esclava, durante años es sirvienta de un rey. Al final de su vida, la mujer se reencuentra con su marido e hijo, que en ese tiempo se habían hecho ricos, y vive en la prosperidad hasta el final de sus días. 

¿Y si en su lecho de muerte, bien vestida y con sábanas de hilo fino, la mujer sonríe para la foto? 






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