El canto de las sirenas

Estuve buena parte después de la cena pasando reels, tuits y demás yuyos en el celular. Solo cuando dieron las doce una fuerza interna –”no era yo, era el dios dentro de mí”, dice Silvio Astier en El juguete rabioso– hizo que me levantara y viniese a la pieza de abajo a teclear esto. Vuelve el animal nocturno, el búho de ojos grandes que se posa en una rama a mirar la noche, el humano que se convierte en lobo cuando hay luna llena, o mejor: la cenicienta que necesita volver a su casa cuando dan las doce porque se rompe el hechizo. El hechizo no es la escritura febril de la noche, sino todo lo que hay durante el día: la caminata a la Laguna Esmeralda, la compra inesperada de una remera talle L, la ingesta de pochoclos comprados en la calle San Martín, con ese olor tan ushuaiense que mezcla maíz, frío, caramelo y el color de la piedra en la vereda. Otra vuelta por La Boutique del Libro, solo para constatar que las novedades me interesan cada vez menos, solo para abrir al azar un libr...